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Desde 1967, se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que fue instituida por voluntad del Concilio Vaticano II. Se celebra en varios países por recomendación de los obispos del mundo. El Concilio Vaticano II aprobó el 4 de diciembre de 1965 el primer documento de la historia de la Iglesia sobre los medios de comunicación social.

El pasado 21 de mayo se celebró la 57 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Francisco, destaca en su mensaje “hablar con el corazón” porque: Es el corazón lo que nos ha movido a ir, ver y escuchar y es el corazón lo que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora”.

Quien comunica cordialmente, quiere bien al otro, por que se preocupa por él y custodia su libertad sin violarla. En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una comunicación “con el corazón y con los brazos abiertos” no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno.

Todos estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad. A los cristianos, en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (cf. Sal 34,14), ya que, como enseña la Escritura, con la lengua podemos bendecir al Señor y maldecir a los hombres creados a semejanza de Dios (cf. St 3,9). De nuestra boca no deberían salir palabras malas, sino más bien palabras buenas «que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan» (Ef 4,29).

El sumo pontífice, subraya que en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos, hablar con el corazón en el proceso sinodal es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. En la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas. Sueño una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, al mismo tiempo, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el maravilloso anuncio que está llamada a dar en el tercer milenio.

Una comunicación que ponga en el centro la relación con Dios y con el prójimo, especialmente con el más necesitado, y que sepa encender el fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial. Una comunicación cuyas bases sean la humildad en el escuchar y la parresia en el hablar; que no separe nunca la verdad de la caridad.

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