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Analizar este pedido divino es bueno para ser misericordiosos.  Tomado del Evangelio de Mateo (9, 13), este pequeño versículo  es el lema para este Año Santo. Es clara la diferencia entre el ejercicio de la misericordia, que nace del corazón, y el sacrificio, que surge de la razón. Dios prefiere lo que siente el corazón por encima de lo que emana de nuestra mente.

Misericordia es sentir con el corazón el dolor del prójimo. Francisco abre estos cuarenta días con una esperanza significativa: “La Cuaresma de este Año Jubilar es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia”.

¿En qué consiste esa alienación existencial? Buena pregunta, con muchas respuestas. El consumismo es un espejismo que nos esclaviza. La espiritualidad ha dado paso a la razón materialista. La felicidad está alienada, el concepto de desarrollo también. Se tergiversa el amor y se minusvaloran los sentimientos.  El tener está por encima del ser.

Vamos a contracorriente montados en un individualismo extremo, cuando el ser humano es sociable por naturaleza. El arte también sufre mutaciones no claras y la estética original, la que produce placer al espíritu, sufre depresiones severas e  incomprensibles.

El entorno que nos rodea está lleno de alienación y esquizofrenia. La comunicación está dedicada a alentar el consumo. El ser humano contemporáneo está destinado a  trabajar exclusivamente para comprar, porque solo el tener da el estatus deseado.

En su mensaje de Cuaresma, el Pana nos dice: “Sólo en el amor de Cristo está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer”.

Ojo a los ídolos con los que, engañados, creemos llenar la necesidad inmensa de ser felices y de ser amados: el saber, el poder y el poseer. Falsos ídolos por donde nos hemos ido, y en los que hemos caído.

El saber se ha vuelto soberbio y peligroso, al igual que el poder, pues se llega al poder para bien propio y no para servir. Y el poseer no tiene límites, llevándonos a competir, a contaminar, a comprar lo superfluo, todo con el fin de exhibir que se tiene.

Cristo, más que sacrificio fue amor,  misericordia plena. El amor de Él tiene que ser nuestra felicidad, nuestro principal amor y nuestro máximo ejemplo. Su amor nos ayudará a identificar y no caer en manos de estos ídolos, corporaciones alienantes que nos impiden vivir la felicidad y el amor verdaderos.

Para Francisco, los pobres son una herida en el corazón de Dios; quienes se olvidan de los pobres olvidan a Jesús: “Los soberbios, los ricos y los poderosos acaban condenándose a sí mismos cuando caen en el eterno abismo de soledad que es el infierno”.

Nos queda claro que la pobreza es generada por el individualismo, por el egoísmo, por el quemeimportismo, por la cultura del descarte. También es clara la relación que hay entre pobreza y medio ambiente: los desastres ambientales golpean más a quienes menos tienen.

Entramos a una cuaresma de compromiso, en la que debemos asumir la misericordia con el prójimo, sentir en el corazón su pobreza y, más que sacrificarnos por ella, comenzar a sentir en el corazón su marginalidad. Misericordia es corazonar con quienes menos tienen.

Cuaresma para pensar qué configura, de qué está compuesta nuestra alienación existencial. Conocer esos ídolos y enfrentarlos, dejarlos de lado, pues nuestro compromiso es con Jesús y con la construcción de su Reino.

Cuarenta días para dejar de ser otra persona para ser nosotras y nosotros mismos. Una Cuaresma, rumbo a la Pascua, para salir de la alienación, para vivir nuestra propia vida, buscar nuestra felicidad, encontrar el amor que tanto buscamos; Jesús.

Cuaresma para asumir el amor a Jesús como la forma válida de saciar la sed de felicidad y amor que todas y todos sentimos.

Esta es la exhortación del Papa para esta Cuaresma.

(Imagen: www.consolata.org)

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