En las Jornadas Nacionales de Pastoral Social realizadas entre el 6 y 7 de noviembre en la Universidad Politécnica Salesiana sede Quito, tuvimos la oportunidad de conversar con Pablo Fajardo, abogado de los indígenas y campesinos de Orellana y Sucumbíos. El gigante multinacional petrolero que envenenó el territorio amazónico perdió el juicio. 30.000 personas humildes afectadas por la contaminación de sus tierras y aguas le ganaron el litigio a una empresa que tiene un poder económico 5 veces más grande que Ecuador. Veamos algunos pormenores de este litigio y, sobre todo, las enseñanzas que nos deja esta lucha ejemplar.
Dentro de las Jornadas Nacionales de Pastoral Social, y en la Mesa Temática “Contaminación”, Pablo Fajardo expuso el caso Chevron-Texaco vs. indígenas y campesinos amazónicos. Mostrándonos un vídeo de 10 minutos, pudimos ver y escuchar testimonios de las personas afectadas.
Costras de petróleo de más de 10 centímetros de espesor cubren el suelo amazónico de los demandantes. Rostros que dejan escapar lágrimas de indignación y dolor por sus familiares que murieron de cáncer o leucemia conmueven y generan tristeza. Las imágenes se van sucediendo y, atónitos, contemplamos el desastre ecológico producido por la empresa petrolera multinacional.
“Ganamos el juicio porque luchamos durante 22 años, desde 1993, triunfamos porque siempre permanecimos unidos. Logramos juntarnos 30.000 personas, deponiendo intereses particulares y formando un solo colectivo para defender nuestras tierras y nuestras aguas».
Pablo agradece «… la labor de la Iglesia, especialmente de las misiones Capuchina y Carmelita, que durante 40 años han estado presentes, acompañando y denunciando, o dando su vida, como lo hicieron Alejandro Labaka e Inés Arango y como lo siguen haciendo otros mártires que mueren de cáncer o leucemia causados por la contaminación de las aguas”, nos cuenta Pablo quien, desde que tenía 15 años, ha dedicado su vida a defender el territorio de su pueblo; por esta razón estudió Derecho.
Pablo resalta y agradece el aporte de la Iglesia en defensa de la Amazonía: “La labor misionera eclesial ha sido una fuerza espiritual y humana increíblemente poderosa. El martirio de Alejandro e Inés es un ejemplo. Y ellos no son los únicos mártires, hay más: mártires son quienes murieron a lo largo de estos 22 años, de cáncer, de leucemia y de tristeza. Esta labor misionera de más de 40 años creó conciencia y unión entre las comunidades afectadas por el desastre ecológico provocado por la Chevron-Texaco. La fuerza espiritual de la Iglesia, denunciando, acompañando y poniendo el pecho ha sido un aporte trascendental”.
¿Enseñanzas? Muchas y valiosas. En primer lugar, “… hay que luchar, luchar unidos, como un solo puño, férreo, con fe, con determinación, con ñeque. En segundo lugar, todas y todos estamos metidos en esto de cuidar la Casa Común. Todas y todos tenemos que ver en esto de cuidar la Creación. Además, hay que empezar por casa: hacer de nuestros hogares un espacio consciente y responsable con la Madre Tierra”.
“Otra enseñanza importante: estar al pie de las comunidades, estar con ellas siempre, en las que sea y como sea. Solo así podremos formar una base social sólida, de gente que luche y haga defender sus derechos. Mire, 30.000 personas humildes le han ganado el juicio a una empresa superpoderosa, y ahora reciben el respaldo de casi todo el mundo entero. Ganamos porque fuimos capaces de tejer una red social férrea y unida; así se deben hacer los reclamos, así se debe luchar”.
“¡Sí se pudo!” termina diciendo Pablo, orgulloso, animado, listo para seguir luchando en donde toque, en donde pueda ser útil la experiencia que recogió a lo largo de estos 22 años de lucha. Pablo se reconoce como un cristiano militante, ahora más que nunca, pues el papa Francisco está dando las señas precisas, está marcando el camino de la lucha, de la resistencia y de la dignidad.
El monto de la indemnización que debe pagar la empresa Chevron-Texaco a estas personas será empleada, en su totalidad, en la remediación ambiental y en la reparación económica de las familias afectadas.
Que nunca más vuelvan a suceder este tipo de abusos. Nunca pude estar el interés económico por sobre las vidas de los humildes. La dignidad humana tiene que defenderse, aún a costa de la vida. Eso nos enseñan las comunidades de indígenas y campesinos de Orellana y Sucumbíos.
Imagen: ecuadortimes.net
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