Alejandro e Inés murieron hace 28 años. Él venía de tierras vascas, ella de las montañas colombianas, pero hicieron casa común en nuestra selva amazónica. Los unió la misión y sacrificaron sus vidas por amor a un pueblo no contactado. Murieron defendiendo el derecho a la vida. ¿Qué nos dejaron estos dos mártires, 28 años después de su partida? ¿Qué nos dicen hoy, cuál es la vigencia de su martirio, cuál es su testimonio?
Mons. Alejandro Labaka y la Hna. Inés Arango dejaron sus familias y sus tierras para evangelizar a quienes no conocían la Palabra de Jesús redentor. Estos dos misioneros salieron a buscar a gente que en ese entonces –y tal vez ahora– no valía, era excluida y sentía que su territorio, su cultura y sus creencias les eran arrebatadas por intereses petroleros, un afán incomprensible para estos pueblos, dueños y guardianes de la selva por más de 4.00 años.
Alejandro conoció a los Tetetes en 1966. Comprobó que este pueblo indígena prefirió regresar a su selva y dejar atrás a los “blancos”, antes de conocer a fondo sus intenciones. “Estas minorías indígenas son los más antiguos pobladores de Ecuador, son los verdaderos dueños de su país, los que estaban acá antes del Estado, muy anteriores a la República y a las leyes, y debemos ayudar a que la sociedad los reconozca como los primeros ciudadanos, los respete, los ayude y los proteja”, denunciaba y pedía Alejandro hace casi 50 años.
Luchando por este respeto, Alejandro dedicó 25 años de su vida a acercarse a estos pueblos amenazados. Entabló relación con los Huaorani: aprendió su idioma, conoció sus costumbres y convivió con ellas y ellos, siendo aceptado como uno más entre los indígenas de nuestra Amazonía. E Inés fue su mejor compañía, su más cercano aliento en su defensa de la vida.
Clara enseñanza de Alejandro e Inés: ir en salida, buscar al necesitado, ponerse a su lado, ser uno más entre el pueblo, defenderlo y acompañarlo en su lucha por vivir. Labaka e Inés entregaron todas sus energías y sus vidas por este pueblo del que llegaron a formar parte, espiritual y físicamente. Ambos lucharon por la dignidad. Mons. Labaka e Inés olían a oveja.
Inés y Alejandro dialogaron con Petrobras, la compañía que pretendía ingresar a prospectar y explotar petróleo en el territorio de los Huaorani. El diálogo fue sordo: los intereses petroleros estaban -¿aún están?- por sobre la vida de este pueblo. Alejandro recurre a Paulo VI; el Papa conoce el problema, la intención de estar con esta cultura acorralada, y le dice: “¡Ánimo, ánimo!”, reconociendo en su labor de defensa “el bien del Evangelio”.
Denunciar, sensibilizar y visibilizar el atropello es otro de los mensajes claros que nos dejan los dos misioneros. Inés y Alejandro intentaron demostrar que es más importante la vida de una cultura que los beneficios económicos. 28 años después, su prédica y su acción siguen vigentes.
A pesar de las advertencias, muchas de ellas provenientes de voces autorizadas, los misioneros continuaron su acercamiento y amistad con los Huaorani. Y sabiendo que si no iban a ellos, los Huao desaparecerían, decidieron internarse en la selva y contactarlos. Sabían de los riesgos, pero nada los detuvo. También tenían claro que su vida peligraba, pero la misión estaba por sobre el temor. Murieron en su ley, fieles al mandato misionero. Dar la vida por los demás, esa fue su luz, ese es su legado, esa entrega los mantiene vivos entre nosotras y nosotros.
Alejandro e Inés nos muestran un camino difícil de seguir. Llegar hasta las últimas consecuencias requiere de fe, fe de mártires, fe heroica, fe cristiana. 28 años después, otras personas siguen su ejemplo, caminando más de 300 kilómetros, todo esto por los pueblos ancestrales, defendiendo la vida y la selva, dando testimonio de la Palabra de Dios.
Hoy invocamos a estos dos mártires migrantes; hoy recordamos a estos dos misioneros sin temor, capaces de vencer todo con tal de darse a los demás, capaces de salir, infinitamente dispuestos a dar la vida por los menos favorecidos. Alejandro e Inés nos muestran el camino para custodiar la Casa Común. Gracias por su ejemplo, gracias por su vida. Que Dios los tenga en su gloria. Amén.
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