El rol de la mujer en la vida actual es cada vez más trascendente. Desde comienzos del siglo pasado –sin demeritar grandes referentes femeninos de otras épocas– la mujer se ha ganado a pulso un papel cada vez más equitativo con respecto al género masculino.
La liberación femenina es un hecho, muy feminista por cierto, que derrumba barreras machistas y sexistas, brechas sociales y culturales, y va abriendo un nuevo camino en nuestra sociedad, asumiendo un rol activo y responsable que aporta a un mundo mejor.
En la Iglesia, la participación de la mujer es trascendental. Desde la vida parroquial, en donde cada vez las mujeres desempeñan papeles más importantes apoyando en múltiples labores el trabajo parroquial, hasta nuestras compañeras responsables de las Pastorales en la Conferencia Episcopal y en Cáritas, la presencia femenina se echa al hombro una Iglesia que da Amor y Luz a sus fieles.
Esa iglesia de las mujeres crece, día a día: el trabajo de voluntariado es femenino por excelencia. Para la Iglesia, la mujer es prioridad, porque es el pilar de la familia, porque es la guardiana de la vida humana, preservando nuestra especie. En la Iglesia, es María quien derrama amor. La devoción por nuestra Santa Virgen mantiene viva la fe de las almas dispuestas a amar.
Hoy, en el Día Internacional de la Mujer, queremos rendir homenaje de admiración y sentimiento de gratitud a todas las mujeres del mundo. Pedimos a Dios que las acompañe en ese camino hacia la equidad, hacia la realización como hijas de Él. La mujer es amor, da amor, y el amor lo puede todo.
Gracias, Señor, por haber creado a la Mujer.
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