(Quito, 15/10/2013) En uno de los textos biográficos del que fuera el Cardenal Jorge Bergoglio, s.j. (“El Jesuita” de Rubin y Ambrogetti 2010), ahora reconocido en todo el planeta por su simpatía, profundidad y carisma como el Papa Francisco, se nos presenta la historia de vida de una persona simple; de un hombre digno hijo de su contexto, de sus circunstancias, de sus relaciones, de sus anhelos, y de su cultura. Pero también un texto que nos narra la apasionante experiencia de un ser humano llamado por el Dios creador, misterio y permanente novedad, que lo fue convocando y enamorando desde su juventud a buscar algo más para su vida. Más allá de aquello que parecía lo más predecible y deseable. Su historia de vida nos expresa la sencillez de su ser, la fuerza de sus convicciones, y el sentido profundo de sus apuestas para servir en la Iglesia, siempre a la luz de un discernimiento que lo impulsaba a una vocación por los más excluidos y empobrecidos, aquellos que le reflejaban el rostro más concreto del Cristo vivo y presente en esta tierra.
En ese texto, que es un compendio de entrevistas, el Cardenal Bergoglio, s.j., habla, entre muchas cosas, de su predilección por la película “El festín de Babette” (1987). A través de dicho filme, y su mensaje, podemos también intuir mucho del proyecto actual del Papa Francisco; una propuesta que más que un Pontificado es un proyecto de vida en el que se quiere implicar a todos los creyentes, y a toda la humanidad, en un deseo de construir las bases para que otro mundo sea posible en algún futuro.
Esta película narra la historia de una mujer desconocida, ajena, que llega a un sitio donde los fundamentalismos, y la mirada corta, prevalecen y enmarcan la vida toda de una comunidad, y en donde las relaciones entre las personas, sus experiencias de espiritualidad, y toda relación con el mundo, están profundamente marcadas por la rigidez condenatoria, por un “deber ser” señalador y juez que impide a las personas vivir en plenitud, y en un sistema que se ha vuelto cómodo y que impide preguntarse por ninguna cosa fuera de dicho orden establecido. Es decir, un sitio en el que las certezas y estructuras humanas no dejan espacio para la experiencia creativa y permanente renovadora del encuentro con Dios. Esta mujer aparece de la nada, y su sola presencia -fresca, luminosa, colorida, renovadora- comienza a confrontar dicho sistema privativo de la esperanza. Sin hacer grandes postulados filosóficos o teológicos, su propia vida comunica plenitud y pasión serena. Sus signos vivos y cotidianos de acogida se traducen en una verdadera capacidad de reconocer al otro por su propio nombre, historia y búsqueda; y sobre todo, su libertad se vuelve un referente que como suave brisa va transformando, poco a poco, pero de manera determinante, los corazones de todos los que la conocen.
Al final de esta historia, en un gesto inesperado de absoluta gratuidad, desprendimiento, y de amor descomunal por los prójimos, ella derrocha todo aquello que tiene, entregándolo absolutamente todo hasta el punto de quedarse sin nada, para regalar a esos próximos-hermanos(as) la experiencia más hermosa de compartir lo simple de la vida en un banquete inolvidable; celebración que nos habla del banquete del reino de nuestra fe. En ese gesto confronta todo aquello que anteriormente se daba por inamovible y como el único orden de cosas, produciendo en ellos, desde el gesto de la gratuidad y el amor, el cambio profundo de corazones que al probar la dulce miel de la libertad, elijen convertirse en mujeres y hombres nuevos. Darlo absolutamente todo para que el prójimo, sobre todo el más lastimado o aquejado por los dolores de nuestros tiempos, tenga vida y vida en abundancia. En esta analogía reconocemos la actitud vital del Papa Francisco que está enamorando los corazones de muchos que no encontraban acogida o respuesta en la Iglesia, de tantos que daban su vida por pérdida y hoy sueñan en cambios para vivir con plenitud, de los muchos que estaban desgastados en el vivir superficial cotidiano -sin poner la vida misma en juego-. El Papa está confrontando, también, muchos esquemas y maneras de ser y estar en la Iglesia que habían producido comodidad e innecesaria distancia, para ser llamados a pensar otras maneras siguiendo el modelo de Cristo.
A continuación, simplemente a manera de referencias generales, algunos de los que consideramos sus signos más representativos en estos primeros meses de Pontificado:
En múltiples expresiones visibles de lo que se consideraba como orden establecido de la Iglesia, del Vaticano, y del Pontificado mismo, el Papa nos está ofreciendo, con profunda sencillez y claridad, la certeza de que las cosas pueden ser distintas. Las cosas no deben seguir tal y como estaban, tan solo porque percibimos que siempre han sido así o porque nos da miedo cambiar. Especialmente cuando se ha perdido en algunos corazones el fuego apasionado del amor por el proyecto del reino que Cristo nos enseñó. Su vestir, su modo de vivir, el uso de los medios materiales, y sobre todo la relación con los otros, nos hablan de un estilo genuino que sirve como referente del servicio de pastores que todos-as estamos llamados a brindar y vivir como Iglesia.
Algunas de sus decisiones más complejas, sobre las que aún no logramos tener certeza de sus tremendas implicaciones, están orientándose a generar cambios y reformas en la estructura misma de la Iglesia en sus diversos niveles. Un equipo de personas lo está acompañando en este momento para tener una visión plural, diversa, intuitiva e informada, de profundidad espiritual, y con el arrojo requerido, para gestar caminos de transición que integren y acojan toda la vida que la Iglesia ha generado antes, pero con apertura para responder a los nuevos signos de los tiempos. Todo esto bajo un firme y claro espíritu de discernimiento del proyecto del reino y de un sentir eclesial.
Sus mensajes cotidianos, más allá de los grandes tratados, son los que están expresando una absoluta vocación por abrir los ojos y corazones hacia los temas de frontera. En el Papa Francisco se percibe un profundo respeto por la identidad eclesial y sus principios éticos fundamentales, pero con una apertura inédita a temas que aquejan profundamente a nuestra época y requieren una actuación adecuada. Todo se ha puesto bajo la convicción de la prioridad de la dignidad y divinidad de todo ser humano como creación maravillosa de Dios, a su imagen y semejanza. Nada que le duela al ser humano y lo aleje de la plenitud le es ajeno a la Iglesia, y desde el Papa Francisco se expresa esta convicción como verdadera doctrina de la otredad-projimidad.
Su corazón arde con un fuego incesante por buscar una respuesta genuina a los clamores de los más empobrecidos. Su deseo de una Iglesia pobre y para los pobres no es retórica, doctrina o reflexión ideológica, sino que es el fundamento de su vida, y con certeza aparece como el eje de su Pontificado. La convicción de que el hijo del hombre llamó felices a los más vulnerables, ya que serían los primeros en el reino, se torna en su llamado más fuerte, consistente, y coherente con lo que vivió en su propio proceso de vida toda, y por lo tanto es lo que más desea para la Iglesia.
El Papa Francisco está hablando hoy el “lenguaje de la sabiduría”[1], es decir, una lengua que contagia los corazones de las personas porque toca sus vidas en lo profundo, y porque apela a cambios genuinos en lo cotidiano; es un modo de comunicarse que reduce brechas físicas, simbólicas, culturales e institucionales. Un estilo de expresar la vocación del reino que tiende puentes con no creyentes, grupos alejados de la Iglesia, otras religiones, personas en crisis, jóvenes que demandan otros códigos, y todos los creyentes, con maneras tan actualizadas que es difícil imaginar que no se conmuevan los corazones que lo escuchan.
Con certeza habría muchos otros signos esperanzadores que el Papa Francisco nos está regalando, sin embargo, la idea es ilustrar algunos de los que consideramos más representativos de su itinerario pastoral. Itinerario que apuesta claramente por salir al encuentro de las tantas ovejas que han perdido su rumbo y se sienten morir; esto con una actitud de perdón, respeto y acogida. Ahora bien, todo esto nos llena de ilusión y nos abre tantas nuevas posibilidades, pero la pregunta de fondo es: ¿estamos genuinamente dispuestos, y con un corazón radicalmente libre y abierto, para que en lo cotidiano de nuestras vidas, y en el cambio interior y exterior que demanda un desafío de esta magnitud, se hagan verdad estas invitaciones y confrontaciones? y ¿Estamos dispuestos a dejarlo todo para atrevernos a asumir, discernidamente y con un profundo sentir-amor eclesial, el proyecto del reino de Cristo, y sus consecuencias?
Mauricio López Oropeza
Coordinador de Formación, Incidencia y Espiritualidad de la Pastoral Social Cáritas Ecuador
Y miembro de la Comunidad de Vida Cristiana –CVX- mundial