(Quito 7/10/2013) “Aunque esté preso, me siento espiritualmente libre”, dice César Augusto, uno de los internos del Centro de Rehabilitación Social de Tulcán. Cáritas, mediante nuestro programa La Casa Grande, entramos a este Centro para conocer desde adentro la realidad penitenciaria y el trabajo pastoral de la Iglesia que trabaja en la Provincia del Carchi.
Fuimos acompañados de Orlando Rueda, un compañero colombiano que lleva ocho años trabajando con los reclusos y dirige la Pastoral Penitenciaria en esta provincia. Orlando fue perseguido en Colombia por su lucha por la justicia, ingresó como refugiado al Ecuador y ahora dedica su vida a llevar esperanza a compatriotas suyos y demás privados de libertad que necesitan de su corazón generoso y desprendido. “Nunca pude volver a mi patria, mi familia sufrió mucho”, dice con los ojos llenos de lágrimas. “Ahora me encuentro realizado, trabajando duro para que quienes están en prisión tengan esperanza y sean capaces de rehacer su vida”, dice.
El programa contó con la presencia de Lilian Rosero, responsable a nivel nacional de la Pastoral Penitenciaria, quién manifestó que la frontera norte es muy complicada: “hay mucha violencia, también hay droga, trata de personas, secuestros, sicariato y otros delitos”, denunció.
Durante el programa se escuchó el testimonio de algunos reclusos, relatos cargados de sentimientos encontrados y situaciones adversas que se cruzaron en su camino. Relatos que nos revelan que los barrotes pueden enseñar el camino a la libertad.
Es mucho lo que ha hecho la Pastoral Penitenciaria, y vale la pena conocer sus esfuerzos, pero también invitarles a ser parte de esta misión de llevar alivio, apoyo y compañía a los detenidos, porque son un grupo vulnerable que necesitan de nuestra solidaridad. Para Lili, solo con amor es posible una verdadera rehabilitación.