La Dra. Betty Elizabeth Rodríguez Guillén, misionera salesiana, falleció en el accidente de aviación en Taisha, Morona Santiago, el jueves 13 de junio. Su calidad humana y su don de gente le hicieron merecedora del cariño y reconocimiento de las comunidades indígenas a las que dedicó su vida, de la Iglesia y de todos quienes tuvimos la oportunidad de conocerla. Estuvo casada con Vicente Molina, con quien tuvo dos hijos Yanua (nombre Achuar), 11 años, y David, de 9 y medio.
En un homenaje a su entrega y compromiso, Vicente comparte su testimonio de vida junto a una mujer generosa que entregó su vida al servicio de una causa, para ella justa, llevar salud a las comunidades más alejadas del pueblo Achuar…
«Conocí a Betty por el año 1993 cuando los misioneros Padre Silvio Broseghini y Domingo Bottasso me pidieron que la busque en la casa donde se hospedaba y la lleve al hangar porque iba a entrar en avioneta a Wasakentsa. Cuando vi elevarse la avioneta pensé: “Mañana tendré que organizar otro vuelo para sacar a esta doctorcita, no creo que se quede allá.” Pero para mi sorpresa se quedó y salió apenas después de tres meses para ir a visitar a su familia.
Se hizo amiga de mi hermana y sea por mi hermana o por estar en Wasakentsa con los misioneros con los que colaboraba, la fui conociendo. Encontré en ella la mujer que buscaba, sencilla y con ideales más elevados que lo común: hacer una carrera, hacer dinero y tener casa, carro, comodidades… ella nunca buscó eso, se preocupaba por la gente mas pobre, se sentía bien en la selva porque allí estaban los Achuar que la necesitaban…
Nos casamos en el año 2000.
Mientras estaba en Wasakentsa, Betty había concebido un proyecto para implementar una atención a la salud que no dependiera de médicos y enfermeras externas. Se daba cuenta que lograr que alguien entrara era imposible. El proyecto de Betty consistió en buscar en cada comunidad algún Achuar, hombre o mujer, que quisieran aprender y ocuparse de la salud de su pueblo. Hizo la socialización correspondiente y tuvo 30 aspirantes a Promotores de Salud a quienes comenzó a preparar en una serie de cursos y capacitaciones. Era un trabajo arduo y a veces desesperanzador, pero ella continuaba. Preparaba folletos sencillos, llenos de gráficos, para que pudieran entender los promotores, ya que muchos de ellos tenían solamente tres o cuatro años de educación escolar. Se emocionaba con los primeros frutos y consiguió que en cada comunidad hubiera un pequeño botiquín con las medicinas más necesarias, mientras continuaba con los cursos.
Había que implementar la medicina natural pues la sabiduría de los Achuar en ese campo era abundante e inició junto a sus promotores la recolección de nombres de plantas, la enfermedad que curaban, la forma de prepararlas y las dosis. Pidió un pedazo de terreno e implementó un pequeño huerto de plantas medicinales. Usaba las plantas para curar a los enfermos que llegaban y sólo en segunda instancia usaba los fármacos.
Pero no todo era fácil. Había enfermos que necesitaban hospitalización. Y Dios le salió al encuentro, llegó a Wasakentsa Antonio Heuberger que la conoció y se dispuso a ayudarle. Era un suizo que estaba ocupando su tiempo y recursos en ayudar a los pueblos indígenas del Ecuador. Betty entonces agregó a su proyecto la construcción de un Centro de Salud, con condiciones higiénicas aceptables en medio de la selva. Hacerlo era todo un reto, pero Antonio lo apoyó hasta que se hizo realidad. El Centro se construyó en Wampuik, una comunidad al interior de la selva, cerca del Perú.
Yo le apoyaba en sus sueños y proyectos. Habíamos forjado planes para nuestro futuro: mantenernos con los Achuar para ayudarlos a superar los problemas de salud que eran muchos, tendríamos dos hijos, un varón y una niña, crecerían dentro y allí los educaríamos, aprenderían a amar a Dios y a sus hermanos, cultivando los valores evangélicos sin dejarse llevar por las ilusiones de nuestra sociedad capitalista.
Entramos a Wampuik, construimos una casa achuar. Salimos para que Yanua, nuestra primera hija naciera y volvimos a entrar. Tuvimos problemas porque nuestra hija se enfermó de paludismo, salíamos a curarla fuera y entrábamos de nuevo Betty concibió a nuestro segundo hijo David, pero entonces ella también cogió paludismo de la forma mas grave y como estaba embarazada no podía usar la medicación corriente. El paludismo volvía y volvía, el plasmodio había hecho resistencia a la medicina y era más agresiva y violenta. En dos días ya estuvo con anemia. Decidimos salir y establecernos en Macas hasta ver cómo nos iba. Betty tuvo que internarse en Cuenca y por un milagro salvó su vida y no perdimos tampoco a David que nació allí. Después de ese episodio, no pudimos entrar de nuevo.
Pero Betty comenzó una nueva fase de su proyecto. Consiguió que la Dirección de Salud asumiera Wampuik y mandara allí personal médico. Pensaron, de acuerdo con los misioneros, que era necesario un nuevo Centro de Salud en Wasakentsa. La Fundación suiza mantuvo su apoyo y así se fueron haciendo una a una las construcciones: un pequeño hospital, la casa de vacunas, la casa para odontología, un laboratorio, una casa achuar para los familiares de los enfermos. El Centro de Salud en Wasakentsa está adaptado a la cultura Achuar.
Tanto en Wampuik como en Wasakentsa, Betty continuó con la preparación de los Promotores de Salud. Apoyó a uno de ellos para que viajar a Perú, aprender sobre la medicina natural y compartir sus conocimientos con el resto de promotores de nuestra zona.
El paludismo a su llegada era endémico y lo padecían el 90% de la población. Para combatirlo se enfocó en la fumigación y en la realización de exámenes de laboratorio dentro de la selva. Mandar fuera las muestras de sangre y esperar los resultados, llevaba días. En el caso del paludismo significan serios agravamientos y podía provocar muertes. A pesar de contar con escasos recursos y poco personal, tres promotores que envió a capacitar a Cuenca y Guayaquil, Betty logró que funcionen los laboratorios en Wampuik y en Wasakentsa.
Sería largo mencionar todo el esfuerzo desplegado por Betty en las instancias de Salud. Hay cosas que no pudo conseguir, luchó en vano varios años para que se reconozca alguna bonificación para los promotores, que durante años trabajaron como voluntarios. Algo obtuvo con un fondo que le concedió la Fundación Suiza. Soñó en formar personal cualificado entre los achuar y, aunque formó promotores y un microscopista, lo que existe no garantiza todavía la atención en forma permanente.
Concluyo con algo que es importante. Betty no estuvo sola, trabajamos con ella en equipo. Yo siempre apoyé a mi esposa, incluso cubriendo los vacíos que dejaba en el hogar. Cuando nuestros hijos reclamaban por la ausencia de su mamá, era suficiente recordarles que estaba curando a niños achuar, trabajando por ellos y sus familias. Lo aceptaban y se contentaban con mandarle saludos, cartas y dibujos. Hubo muchos otros colaboradores, mucha gente que haciendo poco o mucho, ayudaban y siguen ayudando.»