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Recorrer Manabí es recoger los pasos del dolor, de la desolación, de la destrucción y el miedo. Plásticos improvisando techos, cocinas, ollas, colchones y ropa a las orillas de las calles y carreteras. Casas que parecen maquetas, porque les faltan partes, paredes, techos, pisos, que aun guardan objetos que representan años y años de trabajo, de sudor y esfuerzo. Familias esperando la noche para acurrucarse juntas, para esperar otra vez el día, para ver si amanece definitivamente.

Tengo en mi mente los rostros de la angustia, de la desesperación, del llanto y de la imploración de que se detenga. Tengo también las imágenes de las banderas del Ecuador izadas sobre las columnas vueltas escombros, o partidas, o dañadas. Me preguntaba quién será que en medio de tanto, puede grafitiar en las paredes “ALGUNAS CIVILIZACIONES DESAPARECEN, OTRAS NOS RELEVAMOS LLEVANDO LA ANTORCHA DE LA VIDA”, como lo observamos en Jama, uno de los cantones más afectados, donde casi todas las viviendas son ahora lotes baldíos o tienen el sello rojo de INSEGURO.

El pasado miércoles 18 de mayo, a los 32 días del terremoto, cuando la tierra volvió a temblar, en la réplica más fuerte, la gente en el centro de Portoviejo, corría desesperada, lloraba, rezada, gritaba… Evidencia de que existe una afectación psicológica muy grande. Nos comentaban que hace pocos días la gente comenzaba a salir poco a poco a las calles, a retomar sus negocios improvisando puestos para atender a los clientes. La réplica bajó sus ilusiones y expectativas otra vez, el miedo colectivo se apoderó y las calles quedaron casi vacías nuevamente. Tuve miedo también, uno puede sentirse tan pequeña frente a la naturaleza, frente a esas edificaciones que parecen que van a caerse encima y que de hecho han matado ya a tanta gente, y dejando una ola de dolor a su paso.

Las demandas más fuertes son de la reactivación económica, el llamado desesperado a tener trabajo de nuevo, a salir a las calles y vender los cocos, los ceviches, salir en las tricimotos, , atender a los turistas, traer el pescado, la mayoría de estas poblaciones están a las orillas del mar y viven de eso. Quizás en nuestros pasos fugaces por las playas de Manabí, no hemos dimensionado de donde vienen tantas cosas y cómo las ciudades y pueblos que nos dieron tanto ahora parecen pueblos fantasmas y abandonados. En Pedernales, el escenario ha cambiado, los escombros están siendo retirados casi en su mayoría, dejando huecos de esquinas, cuadras, y casi todo el malecón, pero la gente está se vuelve apoderar de su ciudad, en el centro comienzan a aparecer los negocios, las ventas y a retomar la vida, con muchas complicaciones, obviamente.

Los albergues acogen a cientos de personas, son campos grandes llenos de carpas, o plásticos y cobijas, para escapar del sol y de la lluvia. Niños jugando, madres cocinando y compartiendo en muchos casos la comida. Es una imagen que no podemos olvidar. No, familias que han tenido su casa, frutos del trabajo, de la lucha diaria y cotidiana; y que ahora tengas que estirar una carpa para recomenzar su vida. La vida les ha cambiado de la noche a la mañana, en 45 segundos y es algo que debemos tenerlo muy presente.  Por eso, la reconstrucción es otro compromiso, que ya no depende solo de la institucionalidad, pública o privada, es un compromiso ético, político y humano con tantas familias, con tantos rostros concretos, son nuestras manos ecuatorianas y extranjeras, hermanas, para levantar pueblos y ciudades, es una acción que nos llama, nos invita y nos responsabiliza. Se necesitan materiales, terrenos pero también se necesitan manos.

Quisiera hacer un énfasis especial en Bahía de Caraquez, quizás, la información no ha sido han acertada en reflejar, la destrucción en todo sentido, que está sufriendo esta población.  Fuimos testigos de lo que dice el Papa Francisco, de que lastimosamente, los más pobres, siempre son los más vulnerables. Es así, la población más pobre es la que lo ha perdido todo, casi 70 familias albergadas en las afueras de la Iglesia, en el parque Sucre, todo un cerro destruido, una invasión, que ha dejado a cientos de familias a la intemperie, con hambre, con frío y con miedo, pero sobre todo, como lo ha dicho Alfredo de la Fuente, si se han sentido siempre afuera de los derechos y la dignidad, piensan que no puede acceder a ello, y que esta situación es casi natural y normal.

 Es el momento de reflexionar también sobre el mundo en el que vivimos y que reconstruir nuestro país, significa también reconstruir esas relaciones humanas, la justicia, avanzar hacia un proceso que dignifique, que nos haga sentirnos hermanos en dignidad y búsqueda y defensa de la misma.

Las necesidades son inmensas y muchísimas, comenzando por la compañía, la presencia, la cercanía que trae esperanza. Las carpas, los colchones, los enseres de cocina, el agua. Es urgente e imprescindible entrar en un diálogo cercano y constante con las parroquias y las comunidades.

Reconozco la Iglesia valiente de la que somos parte, la Iglesia en salida que sale al encuentro y se sostiene del Dios que habla en esta realidad, aún con las manos ensangrentadas de curar heridas de carne y hueso, como las del domingo 17 de abril, cuando la población de Canoa subió al cerro donde estaba la Iglesia (en pasado, porque ha quedado solo en techo y una que otra columna), porque necesitaba ser  atendida, por las hermanas Franciscanas, que sin dudar permanecieron junto a su pueblo; acompañando también más allá de sus angustias, tan humanas. La Iglesia, que sale, que camina, que canta esperanza, que pisa con los pies de ese Jesús hombre, mujer, niño, anciana, joven que se ha caído, pero quiere levantarse.

“Si mi país se derrumba, YO lo reconstruyo”, escuchamos una y otra vez, lo leímos y hasta lo compartimos. Este es el momento, está es la hora, es el grito y el pedido de un pueblo que clama por levantarse y reconstruirse, que lo hace a cada segundo, después de un hecho que cambió el rumbo. Que no lo olvidemos, que no asumamos con amor y valentía, que seamos esas manos, esa fuerza y esa esperanza, que caminemos juntos, en ese abrazo, porque el Ecuador ¡vive y se levanta!

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