El 5 de agosto puede pasar a la historia de la Iglesia: el papa Francisco habló claro sobre las y los cristianos divorciados: no se les puede excluir, no se les puede considerar y tratar como personas excomulgadas. Un tema difícil en el que el Papa pone más corazón que tradición, más amor que severidad, más comprensión que exclusión, más perdón que condena.
En su audiencia general del miércoles 5 de agosto, Su Santidad invitó a los Obispos de la Iglesia a “… acogerlos y a animarlos, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración”. Su llamado tuvo como marco general el tema de la familia, refiriéndose especialmente a las personas divorciadas en nueva unión.
“Hoy quisiera detener nuestra atención sobre otra realidad: cómo cuidar a aquellos que, después del irreversible fracaso de su vínculo matrimonial, han comenzado una nueva unión. La Iglesia sabe bien que una situación tal contradice el Sacramento cristiano»; sin embargo, nos recuerda que la Iglesia tiene “… una mirada de maestra que viene siempre de un corazón de madre”.
Recordando a San Juan Pablo II, Francisco dijo: “Un corazón de madre; un corazón que, animado por el Espíritu Santo, busca siempre el bien y la salvación de las personas. He aquí por qué siente el deber, ‘por amor a la verdad’ de ‘discernir bien las situaciones’”.
Siendo las y los hijos los más afectados en esta situación, el Papa dice a los Obispos: “Vemos aún más la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades una acogida real hacia las personas que viven tales situaciones. Por esto, es importante que el estilo de la comunidad, su lenguaje, sus actitudes, estén siempre atentos a las personas, a partir de los pequeños; ellas y ellos son quienes más sufren estas situaciones”.
“¿Cómo podríamos aconsejar a estos padres hacer de todo para educar a los hijos a la vida cristiana, dando ellos el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tenemos alejados de la vida de la comunidad como si fueran excomulgados?”, se interrogó Su Santidad.
Respondiéndose a sí mismo, el Pontífice dijo: “No se deben agregar otros pesos a aquellos que ya los hijos, en estas situaciones, deben cargar. Lamentablemente, el número de estos niños y jóvenes es de verdad grande” por lo que es importante que ellas y ellos sientan a la Iglesia como madre atenta a todos, dispuesta siempre a la escucha y al encuentro”.
El papa Francisco pide expresó que la Iglesia no permanece insensible ante esta situación, y considera que “… es necesaria una fraterna y atenta acogida, en el amor y en la verdad, a los bautizados que han establecido una nueva convivencia después del fracaso del matrimonio sacramental”. “En efecto, estas personas no son en efecto excomulgadas, no están excomulgados, y no van absolutamente tratadas como tales: ellas forman siempre parte de la Iglesia”.
Francisco recordó que Benedicto XVI ya había reflexionado sobre el tema “… solicitando un discernimiento atento y un sabio acompañamiento pastoral, sabiendo que no existen ‘recetas simples’”.
El tema adquiere mayor dimensión cuando el Papa expresó: “La Iglesia acoge a sus hijos como una madre que dona su vida por ellos; todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad. La Iglesia […] es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
“Del mismo modo, todos los cristianos están llamados a imitar al Buen Pastor. Sobre todo las familias cristianas pueden colaborar con Él cuidando a las familias heridas, acompañándolas en la vida de fe de la comunidad”.
Francisco nos da ejemplo de apertura, de ir en salida, de no excluir a nadie, de abrir las puertas de nuestra Madre Iglesia a todas y todos los que necesitan de su alivio, consuelo y aliento.
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