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Este es el pedido con el que el Papa Francisco inició su Homilía en el parque Bicentenario de Quito, hoy en la mañana. Haciendo referencia al Bicentenario del Grito de Independencia de Hispanoamérica, Su Santidad dijo: “Éste fue un grito  nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, ‘sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno’ (Evangelli Gaudium 213)”.   

Ahondando en su Exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa expresó: “Nosotros, aquí reunidos, todos juntos alrededor de la mesa con Jesús, somos un grito, un clamor nacido de la convicción de que su presencia nos impulsa a la unidad, ‘señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable’”.

“En este momento, el Señor está experimentando en carne propia lo peorcito de este mundo al que ama, aun así con locura: intrigas, desconfianzas, traición, pero no esconde la cabeza, no se lamenta.  También nosotros constatamos a diario que vivimos en un mundo lacerado por las guerras y la violencia. Sería superficial pensar que la división y el odio afectan sólo a las tensiones entre los países o los grupos sociales. En realidad, son manifestaciones de ese “difuso individualismo” que nos separa y nos enfrenta”.

Como ruta idónea para alcanzar la unión, Su Santidad propone volver a la fuente y a la acción misma de la Iglesia: “… la evangelización puede ser vehículo de unión de aspiraciones, ilusiones y hasta de ciertas utopías. Claro que sí, eso creemos y gritamos (…) Los cristianos queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir, de estrechar lazos y de ayudarnos ‘mutuamente a llevar las cargas’” (La alegría del Evangelio 67).

No es posible la unión “… si no luchamos por la inclusión a todos los niveles evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración. Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianza. ‘Confiarse al otro es algo artesanal, porque la paz es artesanal’ (La alegría del Evangelio 244). Es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril del poder, prestigio, placer o seguridad económica ”.

“La misión de la Iglesia, como sacramento de la salvación, condice con su identidad como Pueblo en camino,  con vocación de incorporar en su marcha a todas las naciones de la tierra. Cuanto más intensa es la comunión entre nosotros, tanto más se ve favorecida la misión (…) Este sueño de Jesús es posible porque nos ha consagrado, por ‘ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad’ (Juan 17, 19)”.

“Nuestro grito, en este lugar que recuerda aquel primero de libertad, actualiza el de San Pablo: ‘!Ay de mí si no evangelizo!’. Es tan urgente y apremiante como el de aquellos deseos de independencia. Tiene una similar fascinación, tiene el mismo fuego que atrae. Hermanos, tengan los sentimientos de Jesús. ¡Sean un testimonio de comunión fraterna que se vuelve resplandeciente!”

Su Homilía termina con estas palabras: “Donándose el hombre vuelve a encontrase a sí mismo con verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y, como Él, dador de vida, hermano de Jesús, del cual da testimonio. Eso es evangelizar, esa es nuestra revolución –porque nuestra fe siempre es revolución–, ese es nuestro más profundo y constante grito”. Este llamado a la unidad es un grito urgente del Obispo de Roma por la paz, la equidad y la fraternidad mundial. Evangelicemos con alegría, como lo ha hecho el Papa en Ecuador.

#BienvenidoPapaFrancisco

Foto: vanguardiante.blogspot.com

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