“Las alegrías más grandes en el camino de la Pastoral de la Mujer, se han marcado por el reconocimiento de mí ser mujer, la alegría de ver que por medio mío Dios se vale para demostrar su amor”, nos comparte Narcisa Vera, promotora en la diócesis de Cotopaxi, que acompaña por más de 15 años la Pastoral de la Mujer. Este caminar ha estado lleno de retos, de vicisitudes, pero sobre todo de alegrías profundas, de confirmaciones de esperanza y de fe.
La Pastoral de la Mujer ha permitido a muchas mujeres recuperar su identidad y reconocerse en las otras y compartir las aspiraciones, los sueños y las posibilidades de un escenario más incluyente y equitativo, en un mundo, donde la exclusión, las diversas formas de violencia, y la hostilidad han marcado mucha de las historias. Una Iglesia de dos pies ha asumido su rol profético buscando a través de este trabajo pastoral acompañar a las mujeres en sus propios procesos de desarrollo humano, de empoderamiento y de dinamización económica a través de pequeñas iniciativas productivas que han permitido también promover la organización y la asociatividad.
La Pastoral de la Mujer propone la recuperación de los espacios de las mujeres, su participación en su vida cotidiana, pero también su espacio en el mundo, en el encuentro con otros, en la construcción del Reino de Dios.
En el encuentro anual llevado a cabo en Quito del 28 al 30 de octubre del 2014 se pusieron sobre la mesa algunos puntos sobre los desafíos y retos de la Pastoral de la Mujer en la actualidad, las implicaciones en la vida comunitaria, organizativa y familiar, así como su aporte a la sociedad a la dinamización de procesos productivos locales. Fueron 3 días de compartir, de intercambio, pero también de propuestas, de sueños nuevos que empujan y animan la consolidación de una misma identidad, de un respaldo eclesial y la valoración de los procesos de equidad en la iglesia ecuatoriana, como una luz para sociedades más incluyentes e integradoras.
El compromiso y la constancia de cientos de mujeres, de las promotoras que son acompañantes, sus impulsadoras, ha permitido que en este trayecto se hayan engendrado muchas semillas y a lo largo del camino se van recogiendo los frutos.
Ser discípula misionera hoy, implica un reto muy grande, “muchas veces ir contra corriente“ comparte Marcia Carillo, quien lleva 10 años en el proceso desde la Diócesis de Ambato, pero implica también un orgullo de saber que aunque “yo no esté las mujeres podrán seguir construyendo su camino”. Este se ha constituido en una bandera de defensa de la vida, de la dignidad, de la equidad y la plenitud del ser mujer. Es una apuesta por la fe y la esperanza, por los sueños compartidos y por la certeza de que ese Dios Padre y Madre, ese Dios generoso recorre acompaña el recorrido del camino, es una confirmación al compromiso con la sociedad y el Reino. Es recuperar la esencia de la humanidad, en un mundo que nos pide a gritos recrear el amor y la ternura.
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