La Amazonía es el segundo lugar más importante del mundo en cuanto a geopolítica, después del Oriente asiático –debido a sus reservas petroleras–. Ecuador ha sido y será país amazónico, como decía Jaime Roldós. La amazonía ecuatoriana sigue siendo clave en la vida nacional.
De ella extraemos el petróleo, principal recurso económico de la nación. Pero nos interesa más la vida que el petróleo allí enterrado. Porque la vida brota, en una biodiversidad única en el mundo. Porque esta selva inmensa alberga a culturas que se remontan a más de 5.500 años y que apenas ahora comenzamos a respetar y valorar. Porque esta selva es el hábitat de culturas que quieren seguir viviendo al margen de nuestra “civilización”. Porque en la Amazonía hay agua por doquier. Y podríamos seguir enunciando argumentos para reconocer la trascendencia de este territorio y, sobre todo, seguir defendiéndola.
La presencia de la Iglesia en la selva amazónica ecuatoriana tiene como fecha inicial el año de 1541, cuando el padre mercedario fray Gonzalo de Vera acompaña, como capellán a la expedición de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana. A partir de ese año, la amazonía nuestra siempre ha tenido presencia de la Iglesia, con un rol preponderante en cuanto a evangelización, defensa de las culturas ancestrales y búsqueda de trato justo para los indígenas convertidos en esclavos y al servicio de los colonos en las grandes haciendas.
Los problemas de exclusión, de deforestación, de contaminación, de trata de personas, de persecución, de aculturación y otros maltratos, tanto a sus moradores originarios como al medio ambiente, no terminan en nuestra selva; por el contrario, algunos de ellos son más agudos que antes. Y la posición de la Iglesia sigue siendo la misma: defender la vida, como lo pide el papa Francisco. Custodiar la Amazonía sigue siendo una cruzada en la que la Iglesia se juega entera, aún en contra de la defensa del extractivismo que hace el actual gobierno.
Mantengamos nuestros ojos y nuestro corazón puestos en la región amazónica. Por el presente y por el futuro; por nuestra identidad, por nuestro compromiso en la defensa de la vida, por la validez que tiene el enfoque intercultural en el que debemos movernos como hijos de un mismo Dios. Y que Él nos oriente y nos dé luz para seguir defendiéndola. La memoria de Monseñor Labaka y de la Hna. Inés está viva en nuestros corazones y es ejemplo de entrega por esta región postergada por tantos siglos. La iglesia está presente en la Amazonía, y saluda con esperanza a todos sus habitantes.